domingo, 5 de mayo de 2013


De aprendices y  maestros

Esta nota ya la publiqué hace tres meses. Tuvo varios comentarios. Por esa razón, lo vuelvo a hacer. Espero que les guste. Jorge.

Una tarde de domingo. Una familia reunida, charlando y tomando mate, costumbre muy rioplatense.

De pronto surge la conversación, digamos, sobre política. Básicamente hay acuerdo, hasta que deja de haberlo, también como de costumbre.

Uno de los participantes hace un comentario que a otro la disparó una emoción muy fuerte. No está en desacuerdo con el otro, sino que su emoción está relacionada a situaciones vividas, que le hacen reaccionar con vehemencia, citando varios hechos, por todos conocidos, que sustentarían la opinión contraria a su familiar.

El primero, entonces, recurre a criticar el hecho de que su pariente “se enoja” y actúa como “un fanático”. Esto desencadena una discusión donde el primero trata de demostrar que el otro, justamente está equivocado porque “reacciona como un fanático” y el otro trata de explicar que lo hace así porque es “vehemente” y porque no está en contra de los presentes, sino que hay cosas que ya lo “tienen cansado” y provocan su reacción emocional.

Entrado en este terreno, la discusión llega a un punto en que, el primero se afirma en el juicio acerca del “fanatismo” y la “reacción agresiva” del otro y el segundo, se siente agredido, pensando que están atacando a su modo de ser, en vez de discutir sobre ideas.

 La conversación va el terreno de “Tener razón”, la imagen pública de cada uno y sobre todo afirmar su ego.

En un punto, el segundo, toma conciencia de que, probablemente su reacción haya sido tomada como una agresión por el otro. Entonces pide disculpas, diciendo que de ninguna manera intentó ser agresivo, que simplemente fue vehemente para expresarse y que si se seguía por aquel camino, lo mejor era callarse y no seguir con el tema, porque no merecía la pena seguir conversando.

El primero sintió ese comentario y entonces, manifestó lo siguiente: “Te voy a enseñar una cosa” y comentó que no había que tener ésas reacciones porque no llevaban a ninguna parte y etc, etc.

El otro, se sintió doblemente herido, por el primer hecho y ahora por escuchar al otro que le “enseñaba” algo. Desde el estado emocional en que se encontraba, sintiéndose quizás invalidado, decidió tomar una actitud más humilde y respondió que agradecía la enseñanza, porque era alguien que estaba siempre aprendiendo. Esto no fue escuchado por el primero que continuó con sus “enseñanzas”.

 Por tercera vez, el otro pidió ahora claramente, disculpas y dijo que no volvería a actuar de modo que agrediera o hiciera sentir agredido al otro. Se desvió la conversación y al rato el grupo se dispersó a hacer diferentes cosas.

¿Qué piensan ustedes que sucedió?,

 ¿Cuántas veces se vieron en situaciones similares?, ¿cómo reaccionaron?,

¿Qué pensaban acerca del otro y qué creen que pensaba el otro acerca de ustedes?

¿Cómo deberían haber actuado?,

¿Qué pasó con sus emociones?,

¿Cómo hacer cuando éstas. Simplemente, aparecen?

 ¿Y el pedido de perdón, lo han escuchado o la han solicitado, alguna vez?  ¿Y qué pasó entonces?

¿Cómo se han sentido cuando pidieron o se les pidió perdón?

¿Cómo fue para ustedes perdonar / ser perdonados?

¿Cómo podrían actuar desde uno u otro lado en circunstancias similares?

¿Para qué hacerlo?

¿De qué se estarían haciendo cargo en su accionar?

Éstas y otras preguntas pueden ser respondidas para lograr un aprendizaje.

El coaching es una poderosa herramienta para aprender a rediseñar y rediseñarse con el fin de lograr relaciones satisfactorias con los demás y con uno mismo.

 Y se puede avanzar, trabajando en un dominio poco conocido, especialmente por los varones: el de las emociones.

Espero que esto desencadene reflexiones y comentarios. Más preguntas y respuestas. 

Aquí estoy, para el que lo desee.        

No hay comentarios:

Publicar un comentario