Yo tenía 28 ó 30 años. Vivía en la hermosa Mar del Plata. Amaba ir a
pescar.
Una fría mañana de Agosto, llegué, como siempre, temprano a la Escollera
Norte, dispuesto a pescar hasta pasado el mediodía.
Busqué una buena roca plana donde sentarme, dejé acomodado el equipo y
el termo con agua para el mate. Armé la caña y la línea de pesca adecuada y
antes de lanzar al agua, para intentar llevar algo que no fuera comprado en la
pescadería, a mi casa, como siempre, me senté a fumar un cigarrillo (entonces
fumaba mucho, confieso), porque luego tendría las manos muy mojadas.
Y sucedió algo que jamás me había pasado. Una experiencia que, entonces,
no entendí, pero me pareció maravillosa.
Me senté en la roca, encendí el cigarrillo y mientras fumaba, comencé a
mirar las olas, bravas por el viento y el cielo seminublado de la mañana
marplatense.
Estuve así mirando y disfrutando, conversando conmigo, creo, un tiempo.
Me sentía centrado. No sé si durante ese tiempo (instante para mí) contemplaba
el mar, pero lo que sentía era lo que llamé “sensación de inmensidad” o de
plenitud. Me sentía bien, seguro y feliz.
En un momento, ví el sol que estaba cayendo hacia el horizonte. Fue como
despertar. Me dije “¿qué pasó?, ¿Qué hora es? Miré el reloj. ¡Habían pasado
casi cinco horas! No lo podía creer. Cinco horas y para mí habían sido cinco
placenteros y hermosos segundos. Decidí desarmar el equipo, que nunca había ido
al agua y volver a casa.
Hoy, treinta años después, sigo recordando aquel momento. Quiero volver
a vivirlo. De hecho, a veces lo hago, casi concientemente.
Con el tiempo, lo comenté varias veces y obtuve varias respuestas.
Además, traté, a través de mis lecturas y estudios, de entender qué sucedió. Y
creo que hoy, después de muchos años puedo, si no entender, al menos saber y
poder poner en palabras aquel hecho.
Mi reflexión es esta y la comparto con ustedes: Los antiguos griegos
tenían dos maneras de explicar el tiempo. Y lo hacían, a través de dos dioses,
Kronos y Kairós.
Kronos es el dios del tiempo “externo”, el que se mide, el que nos
sujeta a este mundo cotidiano y nos tiene preso de las convenciones sociales y
las obligaciones. Kairós, en cambio es quien rige nuestro tiempo “interno”,
aquel que no se mide, el que disfrutamos cuando no nos atamos a Kronos.
En ése tiempo, entramos y salimos constantemente, la mayoría de las
veces, sabiendo, pero creyendo que no lo podemos controlar. A Kronos, le
rendimos nuestra voluntad y nuestras vidas. Creamos relojes e infinitas maneras
de medirlo. Nos dijeron que “es oro” y que “no hay tiempo”. Nos dijeron que más
vale “apurarse”, porque “el tiempo pasa y no vuelve”.
Lo anterior es cierto, si medimos el tiempo de manera física. No
olvidemos que los relojes, la hora, los minutos y los segundos, los años y lo
siglos, fueron creados por nosotros los hombres y muchas veces los usamos para
aprovecharnos de otros hombres.
El tiempo físico es inexorable y podemos medirlo viendo crecer a
nuestros hijos y nietos. Podemos hacerlo, mirándonos en un espejo año tras año.
Esto no significa que al envejecer nuestro cuerpo físico, necesariamente el
tiempo opere en todo nuestro ser.
Cuando vivimos el Kairós, no hay medida, no puede ser medido. Kairós no
es lineal. No tiene momentos, ni instantes. Allá en la Escollera Norte,
registré casi cinco horas de Kronos y apenas…no sé cuánto de Kairós.
La pregunta será, ¿y para qué me sirve esto? Respondo: Cuando han vivido
algún instante de su vida “sin tiempo”, ¿cómo se sintieron?, ¿en qué estado se
veían?, ¿estaban, “aquí y ahora”, las dimensiones del tiempo y el espacio donde
reside Kronos, o estaban en “otro lugar”? ¿Y cómo era la sensación? ¿Lograron
ver, verse y responderse preguntas que
se venían haciendo?
Eso es Kairós. El lugar donde el ser “vive” la totalidad, lo que yo
llamé entonces “inmensidad”, con las palabras que conocía.
En ese mundo, habita nuestro espíritu, tal como es: libre, total, sin
tiempo. Pero también habitan otros espíritus, los de todo el mundo. El por eso
que allí encontramos las respuestas.