lunes, 25 de marzo de 2013


EMOCIONES Y ESTADOS DE ÁNIMO, ¿AMOS O ESCLAVOS?

Cuando nos emocionamos, sentimos estar poseídos por la emoción que nos inunda. “Estamos tristes”, “estamos alegres” o “sentimos tristeza o alegría”.
La emoción, las emociones, son así.  Aparecen, sin que las invitemos y del mismo modo, se van. Constituyen, quizás, el dominio humano al que menos importancia le han dado las ciencias, hasta mediados del siglo pasado, cuando empezamos a descubrir que los humanos somos emocionales, que actuamos desde lo que los estados de ánimo y emociones nos dictan.
En realidad, las emociones van y vienen, aunque siempre dejan algo que permanece en el tiempo: los estados de ánimo. Son ellos los que quedan como un rastro posterior a una emoción, los que siguen marcando, nuestro “estar siendo”.
Un hecho dispara una emoción; un estado de ánimo se constituye en nosotros y guía nuestro accionar durante el tiempo que permanezca. No tenemos emociones y estados de ánimo, ellos “nos tienen” a nosotros.  
No podemos controlar nuestras emociones. Pero ¿qué pasa con los estados de ánimo? ¿Qué sucede cuando pasa un hecho, digamos, doloroso?  Suele aparecer la tristeza y con ella, el llanto y la pesadumbre. Cuando desparecen las manifestaciones de la emoción “tristeza”, muchas veces permanece el estado de ánimo “tristeza”, “pesadumbre”, “depresión” (entendida no como enfermedad, sino como estado de ánimo, ej: “estoy deprimido”).    
¿Cuánto dura?, ¿hasta cuándo? ¿Cómo es nuestra vida durante ese tiempo? ¿Podemos salirnos de ahí y hacer cosas que nos hagan sentir bien o nos beneficien? ¿Cómo somos con quienes nos rodean? ¿Los demás, se acercan o sentimos que se alejan de nosotros?
La buena noticia es que, si bien no podemos controlar la aparición de nuestras emociones, gracias al aprendizaje transformacional que nos provee la conversación con un coach, podemos identificarlas claramente y también identificar el estado de ánimo del que somos presa y rediseñarnos para poder llegar a tener una vida más plena y beneficiosa para nosotros y quienes nos rodean.
Los estados de ánimo suelen estar fijados en algún hecho pasado que no sabemos o no podemos reconocer. A veces duran mucho tiempo, otras menos, pero en todos los casos, si corresponden a emociones negativas, harán que nosotros y nuestro entorno lo pasemos realmente mal.
No estoy entrando al terreno de la psicoterapia. Estoy diciendo que hoy día y gracias a la reconstrucción lingüística de las emociones y los estados de ánimo, podemos cambiar nuestro “estar siendo emocional”, siempre y cuando éste no sea de origen patológico.
Solamente se trata de mantener conversaciones con coaches especializados en estos temas, es decir coaches ontológicos.

Basta con “querer cambiar” y dejarse ayudar, con un poco de práctica y un proceso adecuado de coaching (seis a ocho conversaciones), es posible lograr grandes resultados. Espero vuestros comentarios. 

miércoles, 13 de marzo de 2013

EL PODER DE LA VISIÓN


Más de una vez he escuchado y mantenido conversaciones con clientes y amigos, de las cuales se desprende una gran insatisfacción con lo que están haciendo y con cómo están viviendo. En la mayoría de esos casos, ellos manifiestan que, en realidad, no se trata de un tema de dinero.
Suelo escuchar que “antes no tenía trabajo o dinero y era muy feliz”. “Me siento vacío/a por dentro”, “me van bien las cosas y no soy feliz”, “no sé qué me pasa”, etc.
Suelo, entonces, preguntar acerca de si están haciendo lo que desean hacer. Si su trabajo, estudio o forma de vida, es la que quieren para sí mismos. Y ahí comienzan las dudas, en algunos casos y las quejas en otros.
Encuentro, casi siempre un juicio negativo acerca de lo que están haciendo o cómo es su vida. Y suelen fundamentarlo en que “otra no me queda”, “tengo una familia que mantener”, “ya soy viejo/a” o “es lo que me tocó”, “no puedo”. Escucho resignación.
Cada uno de ustedes puede escribir una lista con todas aquellas “razones, motivos o circunstancias”, que les impiden hacer aquello que realmente quieren.
Y ahí está el problema.
Los humanos, fácilmente echamos la culpa de lo que nos sucede a “las circunstancias”, “lo que nos pasó”, “otra gente”, “el destino”, etc (¿me ayudan a escribir la lista?).
Y es así, sencillamente, porque somos humanos y nos incomoda tener que accionar, haciéndonos cargo de nosotros mismos, para ponernos en marcha a fin de cambiar “las circunstancias”. A este “hacerse cargo”, se lo llama: Responsabilizarse.
¿Quién es el dueño de su vida?, ¿Cómo cree usted que debería ser?, ¿Qué está dispuesto a hacer para lograrlo?, ¿De qué se hará cargo, de los problemas e inconvenientes, llevándolos sobre sus hombros, como un pesado ataúd (perdonen la crudeza), hasta el momento en que se metan adentro y le pidan a alguien que los entierre?
¿O se harán cargo de aquello que quieren ser, aquello que quieren hacer, donde quieran hacerlo, con quién quieran hacerlo, como y cuando quieran hacerlo, o al menos intentarlo, hasta lograrlo?
Yo mismo he pasado por años, por una situación así. ¡Era fantástico! ¡Siempre había un culpable! Y yo era la pobre víctima que estaba presa de “las circunstancias”.
Gracias a el proceso transformacional del coaching, aprendí que es uno el único responsable de lo que le pasa (no digo culpable, porque la vida es un proceso de aprendizaje). Pude reconocer que cuesta más trabajo llevar la mochila de la culpa sobre los hombros, que la carga de construir el tipo de vida que uno quiere. En mi caso, aquí estoy, con éxitos y fracasos, con aciertos y desaciertos, con entusiasmos y bajones, pero disfrutando como loco el tipo de vida que elegí. Siendo yo mismo.
¿Cómo se puede comenzar? Es muy simple; reflexionando acerca de qué quiere hacer, dónde, cómo, cuándo y con quién quiere hacerlo. Respóndase a la pregunta ¿Para qué? Y luego comience a trabajar en el ¿Cómo? Y demás preguntas.
 Si siente que solo/a no puede, pida ayuda a un coach. Muchas veces no podemos reconocer nuestra visión, tapada por tantos años de hacer lo que “hay que hacer”, en vez de lo que “voy a hacer”, de tanto “tengo que”, en vez de “quiero”. Para eso, el proceso de coaching es una herramienta poderosísima.
Recuerden que deconstruir un modo de actuar y orientarlo hacia donde uno quiere, realmente ir, lleva mucho tiempo, ¡Casi una vida!, pero vale la pena.
Por último, ¿cómo podemos darnos cuenta que lo que hemos elegido hacer, es aquello que realmente es lo que queremos? Como respuesta, yo puedo decir que, el poder de una visión, de una meta poderosa, es casi magnético. Nos atrae al punto que no vemos, casi, otra cosa que el camino para llegar. Vivimos como hipnotizados por ese poder.
Ése poder, no es misterioso ni viene de afuera. Viene de adentro nuestro, exactamente de nuestro centro del Yo, de nuestro espíritu, que nunca enferma ni se confunde, porque está conectado con ése mundo multidimensional al que pertenecemos, pero que pasamos casi toda nuestra vida, sin saber que existe y estamos ahí.
De allí surge el poder y hace que funcione la sincronía, aquella propiedad que tiene el universo que permite que quienes estén centrados en su Yo Espiritual, encuentren, en un cruce del mundo de las dimensiones múltiples, los caminos y las respuestas, para el logro que se propusieron. Hagan la prueba, vale la pena. Estoy para ayudarles, Y no es que parezca que es así. Es que es así.        

viernes, 1 de marzo de 2013

LA INTUICIÓN, UN PODER POCO APROVECHADO


Desde tiempos inmemoriales, hemos oído hablar de ella. Nos acompaña, desde que los humanos somos humanos. No obstante, gracias al racionalismo y a la actitud del pensamiento “lógico”, la intuición ha caído en un espacio de desvalor.
Yo recuerdo que, cuando era chico, escuchaba decir siempre que “las mujeres tienen  intuición femenina”. Nunca supe bien de qué se trataba, pero parecía ser un poder que tenían de algo así como adivinar cosas…Y se les atribuía a ellas, porque, como mujeres que eran, eran sensibles y emocionales y eso les permitía tener intuición.
Los varones, aparentemente, no teníamos de eso y entonces debíamos escuchar a las mujeres cuando hablaban desde la intuición. Claro, en un mundo machista, entonces, la intuición estaba tan desvalorizada como la inteligencia atribuible a las mujeres.
Mi sorpresa se produjo cuando, al llegar a la adolescencia, empecé a darme cuenta que yo tenía una intuición bastante desarrollada. Siempre pensé que es herencia de mi madre, una gran intuitiva.
Esto me trajo ciertos cuestionamientos sobre la validez de esta manera de accionar, no obstante mi intuición, me seguía diciendo cosas.
La cuestión fue que, en el mundo con el que yo me relacionaba, no era muy aceptado tener intuición. Era casi una cuestión de adivinos y pitonisas y al no poder verificarse por el método inductivo o deductivo sus dictados, la pobre vivía siempre bajo sospecha.
Lo que sucede es que, todas las personas, en todo momento tenemos intuiciones, tenemos aquellos momentos en que nos viene una primera idea referida a algo a la cabeza. No podemos explicar de dónde o cómo viene, pero viene…y se va.
Generalmente, la desechamos, porque no tiene fundamento “lógico” y en muchas ocasiones, pasado el tiempo y luego de “inteligentes decisiones”, basadas en sesudos razonamientos, cuando todo sale mal, nos acordamos de aquél primer pensamiento que nos vino ante un problema o inquietud: una intuición. Y llega, entonces, el lamento: “si yo hubiera hecho esto o aquello”, “si hubiera decidido lo primero que pensé”, etc… Y seguimos así por la vida, arrepintiéndonos de todo aquello que pudimos haber hecho y no hicimos, por no haber seguido aquel “presentimiento”.
Pues bien, es hora de reivindicar a la intuición y ponerla en el lugar que se merece: el de una de las herramientas más poderosas que dispone el ser humano, para ejercer su libre albedrío, es decir el poder que tiene para hacer de su vida aquello que desee que ésta sea.
Cuando alguno de nosotros, por ejemplo, conoció a quien fue o es su pareja amada, “algo” le dijo que ésa era “la persona”. Enseguida, explicando científicamente, decidimos que “había una química” muy especial. Es cierto; cuando tuvimos aquella primera impresión, se dispararon en nosotros una serie de reacciones físicas y químicas que partieron de nuestro cerebro y nos confirmaron que ésa era la persona. Pregunto: ¿Quién creen ustedes que dio la orden para que eso sucediera? ¡Acertaron! Ustedes mismos, su intuición se los dijo. Ése “sexto sentido” tan poco valorado.
¿Y de dónde sale la intuición? ¿Aparece así como así, de la nada? ¿Es dictada por un duende o algo extraterrestre?
La respuesta es mucho más sencilla. Es tan sencilla que nuestro cerebro, tan entrenado en el pensamiento lógico, no puede explicarla.
Es que la intuición no pertenece al pensamiento lógico, sino al pensamiento multidimensional. Al pensamiento que no mide, ni pesa, ni toca, al que aparece desde ese sitio que hemos dado en llamar el “no tiempo”, el espacio del Kairós, ése lugar donde no hay ayer ni mañana, donde todo es presente, pero donde tenemos todo el conocimiento acumulado desde nuestro propio adn.
A ese “sitio”, algunos autores lo han denominado como el espacio del “no sé que sé”. Ahí habita la intuición. Poderosa herramienta que nos guía por el camino de lo que queremos estar siendo, donde las ideas que nos sugiere, no están guiados por el pensamiento lógico, el que decide si “hay que hacer esto o aquello, por esto o aquello”, el que valoriza lo conveniente o no, el que juzga y luego castiga.
La intuición es democrática. No es necesario haber estudiado en la Universidad, para usarla.
La intuición es gratis. No se aprende en cursos, seminarios ni consultando adivinos o chamanes.
La intuición siempre nos guía o nos impulsa a nuestro bien. Esto es fundamental y se debe a que surge de una conexión directa de nuestro Yo interior, con nuestro Espíritu, que nunca enferma, nunca padece y siempre está centrado en el bien.
Los coaches valoramos mucho la intuición como fuente en la que el coacheado puede encontrar las respuestas que busca. De eso se trata nuestra tarea. De guiar a través de preguntas al otro hacia ese sitio donde descubrir todo aquello que “no sabe que sabe”.
Propuesta: cuando aparezca en su día a día una inquietud a resolver, escuche lo primero que le venga a su mente, como respuesta al problema. Póngalo en práctica y espere el resultado.
Finalmente, han sido tantas las veces que hemos tomado decisiones aparentemente lógicas y nos equivocamos, que bien vale la pena quitarnos la armadura del pensamiento lineal y dejar fluir a nuestro Yo interior que suele traernos las buenas noticias. El resto es tener paciencia y dejar actuar a la complejidad.