Desde tiempos inmemoriales, hemos oído hablar de ella. Nos
acompaña, desde que los humanos somos humanos. No obstante, gracias al
racionalismo y a la actitud del pensamiento “lógico”, la intuición ha caído en
un espacio de desvalor.
Yo recuerdo que, cuando era chico, escuchaba decir siempre
que “las mujeres tienen intuición
femenina”. Nunca supe bien de qué se trataba, pero parecía ser un poder que
tenían de algo así como adivinar cosas…Y se les atribuía a ellas, porque, como
mujeres que eran, eran sensibles y emocionales y eso les permitía tener
intuición.
Los varones, aparentemente, no teníamos de eso y entonces
debíamos escuchar a las mujeres cuando hablaban desde la intuición. Claro, en
un mundo machista, entonces, la intuición estaba tan desvalorizada como la
inteligencia atribuible a las mujeres.
Mi sorpresa se produjo cuando, al llegar a la adolescencia,
empecé a darme cuenta que yo tenía una intuición bastante desarrollada. Siempre
pensé que es herencia de mi madre, una gran intuitiva.
Esto me trajo ciertos cuestionamientos sobre la validez de
esta manera de accionar, no obstante mi intuición, me seguía diciendo cosas.
La cuestión fue que, en el mundo con el que yo me
relacionaba, no era muy aceptado tener intuición. Era casi una cuestión de
adivinos y pitonisas y al no poder verificarse por el método inductivo o
deductivo sus dictados, la pobre vivía siempre bajo sospecha.
Lo que sucede es que, todas las personas, en todo momento
tenemos intuiciones, tenemos aquellos momentos en que nos viene una primera
idea referida a algo a la cabeza. No podemos explicar de dónde o cómo viene,
pero viene…y se va.
Generalmente, la desechamos, porque no tiene fundamento
“lógico” y en muchas ocasiones, pasado el tiempo y luego de “inteligentes
decisiones”, basadas en sesudos razonamientos, cuando todo sale mal, nos
acordamos de aquél primer pensamiento que nos vino ante un problema o
inquietud: una intuición. Y llega, entonces, el lamento: “si yo hubiera hecho
esto o aquello”, “si hubiera decidido lo primero que pensé”, etc… Y seguimos
así por la vida, arrepintiéndonos de todo aquello que pudimos haber hecho y no
hicimos, por no haber seguido aquel “presentimiento”.
Pues bien, es hora de reivindicar a la intuición y ponerla
en el lugar que se merece: el de una de las herramientas más poderosas que dispone
el ser humano, para ejercer su libre albedrío, es decir el poder que tiene para
hacer de su vida aquello que desee que ésta sea.
Cuando alguno de nosotros, por ejemplo, conoció a quien fue
o es su pareja amada, “algo” le dijo que ésa era “la persona”. Enseguida,
explicando científicamente, decidimos que “había una química” muy especial. Es
cierto; cuando tuvimos aquella primera impresión, se dispararon en nosotros una
serie de reacciones físicas y químicas que partieron de nuestro cerebro y nos
confirmaron que ésa era la persona. Pregunto: ¿Quién creen ustedes que dio la
orden para que eso sucediera? ¡Acertaron! Ustedes mismos, su intuición se los
dijo. Ése “sexto sentido” tan poco valorado.
¿Y de dónde sale la intuición? ¿Aparece así como así, de la
nada? ¿Es dictada por un duende o algo extraterrestre?
La respuesta es mucho más sencilla. Es tan sencilla que
nuestro cerebro, tan entrenado en el pensamiento lógico, no puede explicarla.
Es que la intuición no pertenece al pensamiento lógico, sino
al pensamiento multidimensional. Al pensamiento que no mide, ni pesa, ni toca,
al que aparece desde ese sitio que hemos dado en llamar el “no tiempo”, el
espacio del Kairós, ése lugar donde no hay ayer ni mañana, donde todo es
presente, pero donde tenemos todo el conocimiento acumulado desde nuestro
propio adn.
A ese “sitio”, algunos autores lo han denominado como el
espacio del “no sé que sé”. Ahí habita la intuición. Poderosa herramienta que
nos guía por el camino de lo que queremos estar siendo, donde las ideas que nos
sugiere, no están guiados por el pensamiento lógico, el que decide si “hay que
hacer esto o aquello, por esto o aquello”, el que valoriza lo conveniente o no,
el que juzga y luego castiga.
La intuición es democrática. No es necesario haber estudiado
en la Universidad, para usarla.
La intuición es gratis. No se aprende en cursos, seminarios
ni consultando adivinos o chamanes.
La intuición siempre nos guía o nos impulsa a nuestro bien.
Esto es fundamental y se debe a que surge de una conexión directa de nuestro Yo
interior, con nuestro Espíritu, que nunca enferma, nunca padece y siempre está
centrado en el bien.
Los coaches valoramos mucho la intuición como fuente en la
que el coacheado puede encontrar las respuestas que busca. De eso se trata
nuestra tarea. De guiar a través de preguntas al otro hacia ese sitio donde
descubrir todo aquello que “no sabe que sabe”.
Propuesta: cuando aparezca en su día a día una inquietud a
resolver, escuche lo primero que le venga a su mente, como respuesta al
problema. Póngalo en práctica y espere el resultado.
Finalmente, han sido tantas las veces que hemos tomado
decisiones aparentemente lógicas y nos equivocamos, que bien vale la pena
quitarnos la armadura del pensamiento lineal y dejar fluir a nuestro Yo
interior que suele traernos las buenas noticias. El resto es tener paciencia y
dejar actuar a la complejidad.
Excelente artículo!
ResponderEliminarGracias. lástima no saber quiénb sos, para poder intercambiar más comentarios. Saludos, Jorge.
Eliminar